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No te pases de romero - Araca Paris
Crying - Gordoloco Trio (cover Bjork)
Forza Extraña - Caetano Veloso


TEMA CORTO 1:28
Anika - Soema Montenegro (live at FMp3 2008)


Columna de nueva - vieja musica colombiana
Sin Oficio - Systema Solar ft Luis Tejada 

                                                   “El remedio es trabajar”. Carlos Vásquez.
                                                    ( Telegrama sobre la crisis ).

En todas las mitologías el trabajo es considerado  como una maldición  del cielo.  El hombre, desde las edades remotas, ha simbolizado su ideal de vida en una quimérica palabra: Paraíso. Pero la primera condición que se requiere siempre para que ese Paraíso sea verdaderamente Paraíso, es que no haya necesidad de trabajar en él. Nadie se figura que en el Paraíso se pueda cargar piedra en zurrones, o llevar contabilidades,  o manejar maquinarias.
No. Los que están en el Paraíso han de ser, ante todo, unos seres ociosos que viven extendidos sobre la grama o sentados bajo los árboles, con las frutas al alcance de las manos y llenas de paz las almas. La humanidad ha concentrado en esa bella fábula todo su sueño de felicidad, felicidad  que debe ser la única perdurable y completa, puesto que está basada en la pereza, el instinto más firme, noble e indestructible  en el hombre. Los tipos de la perfección suma que la imaginación  concibe - los dioses - son  personalidades  eminentemente perezosas que, o permanecen estáticas en sus tronos de nubes, o se divierten entregadas a juegos ociosos o a placeres sibaritas.  Entonces la pereza es en cierto modo una virtud esencialmente  divina; pero ¿qué son los dioses? Son, simplemente, hombres perfectos en un sentido ideal.  Por eso, entre el tipo terrestre, el más puro, el más elevado, el que más se acerca a esa perfección, es el que tiene más arraigada i frecuente la virtud de la pereza. El vagabundo, el gitano, el mendigo voluntario, i algunos  aristócratas de pura sangre, constituyen dentro del mundo actual los últimos  conservadores de la gran dignidad humana y de la tradición del ocio como cualidad suprema, que nos dejó la civilización  antigua.

Yo sé que trabajar es necesario, según el orden de cosas que se ha creado i que se hace desgraciadamente cada vez más indestructible.  Pero eso no quiere decir que trabajar no sea una mala costumbre, una de las peores costumbres que puede adquirirse.  Ante todo, trabajar no es bello, ni digno, ni siquiera conveniente. Al mismo tiempo que hasta en una aceptación mística significa humillación y relajamiento del orgullo viril, el trabajo constituye  el gran elemento degenerador de las razas. De las fábricas, de las oficinas, de las minas, de los laboratorios, de los bufetes salen las legiones de neurasténicos, de miopes, de tuberculosos, de mancos, de locos, de raquíticos de melancólicos, de histéricos, de tantas categorías de enfermos que llenan las ciudades modernas. Sin embargo, esta capacidad exterminadora no es realmente un argumento en contra del trabajo, como la muerte de los soldados no lo es en contra de la guerra. La diferencia esencial que hay entre el trabajo i la guerra, es que el trabajo es una actividad oscura i forzosa, algo en que hay que encorvarse i sufrir para alcanzar al fin objetos innobles  i mezquinos: alimentarse, vestirse, acaparar oro. La guerra, en cambio, puede hacerse o no hacerse i esa libertad de elegir deja a salvo la dignidad humana.  Además, la guerra es más bella i más viril mientras tenga menor razón de ser y menos objetivos persiga, porque así evidencia simplemente un capricho, un arrebato de la voluntad soberana del hombre.

Yo confío en que el porvenir que se anuncia, traerá para los trabajadores una disminución gradual de trabajo i un aumento proporcionado de paz i de divina ociosidad.  Hasta ahora se ha trabajado mucho, en un afán insensato de acumular millones.  Pero en una forma todavía vaga, está llegando a las gentes el convencimiento de que tener demasiados millones, es una circunstancia no solo inútil  sino  evidentemente peligrosa.  Hay que esperar en que al fin llegará al mundo una saludable  cordura. Todos nos convenceremos de que lo más espiritual, lo más hermoso i noble será luchar apenas lo estrictamente necesario para llevar una existencia  modesta i sobria. Entonces nos aficionaremos un poco al delicado placer de no hacer nada i nos convenceremos de que, en realidad, no se debe perder el tiempo trabajando tanto.
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LuiS tejadA



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