El tiempo es un perpetuo perecer y un Dios que es enteramente en el tiempo es un Dios que destruye tan rápidamente como crea. La Naturaleza es tan incomprensiblemente aterradora como bella y dadivosa. Si lo divino no trasciende el orden temporal en que es inmanente, y si el espíritu humano no trasciende su alma ligada al tiempo, no hay entonces posibilidad de “justificar la conducta de Dios para con el Hombre”

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Dios que es espíritu sólo puede ser adorado en espíritu y por su propia causa, pero Dios en el tiempo es normalmente adorado por medios materiales con el objeto de lograr fines temporales. Dios en el tiempo es manifiestamente así el destructor como el creador, y por esto a parecido apropiado adorarlo con métodos que son tan terribles como las destrucciones que él inflige. De ahí en la India, los sacrificios de sangre a Kali, en su aspecto de Naturaleza destructora. De ahí esas ofrendas de niños a Moloc, censuradas por los profetas hebreos. De ahí los sacrificios humanos practicados, por ejemplo, por los fenicios, los cartagineses, los drudas, los aztecas. En todos estos casos, la divinidad a quien se sacrificaba era un dios en el tiempo, o una personificación de la Naturaleza, que no es otra cosa que Tiempo mismo, el devorador de sus hijos. En todos estos casos el objeto del rito era obtener un beneficio futuro o evitar uno de los enormes males que el Tiempo y la Naturaleza tienen siempre en reserva. Para ello se creía que valía la pena pagar un alto precio en esa moneda del sufrimiento que el Destructor tan evidentemente apreciaba. Rastros sublimados de estas antiguas tramas de pensamiento y conducta pueden hallarse todavía en ciertas teorías de la Expiación y en la concepción de la Misa como el sacrificio perpetuamente repetido, del Dios Hombre.
En el mundo moderno, los dioses a quienes se ofrecen sacrificios humanos no son personificaciones de la Naturaleza sino de los ideales políticos de la propia fabricación del hombre.

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Los retrospectivos adoradores del tiempo tienen una cosa en común con los revolucionarios devotos del futuro mejor y más grande: están dispuestos a usar ilimitada violencia para lograr sus fines.
Para los filósofos del tiempo, el bien y el mal se encuentra en el mundo temporal. La Inquisición quema y tortura para perpetuar un credo, un rito y una organización eclesiástico-político-financiera considerada para la salvación eterna de los hombres. Jacobinos y bolcheviques están dispuestos a sacrificar millones de vidas humanas por la causa de un porvenir político-económico suntuosamente distinto del presente.
La perspectiva de la futura alegría ajena es sumamente precaria (“Morid y matad porque mañana otros comerán, beberán y se alegrarán”), porque el proceso del morir y matar crea condiciones materiales, sociales y psicológicas que prácticamente garantizan a la revolución contra el logro de sus benéficos fines.
Para aquellos cuya filosofía no los obliga a tomar el tiempo con excesiva seriedad, el bien final no debe buscarse en el social Apocalipsis progresista del revolucionario ni en el pasado reavivado y perpetuado del reaccionario, sino en un eterno y divino ahora, que los que desean suficientemente este bien pueden advertir como un hecho de experiencia inmediata. El mero acto de morir no es en sí mismo un pasaporte para la eternidad, ni puede una matanza al por mayor hacer nada para traer la liberación, sea a los matadores o a los muertos, o a su posteridad. La paz que excede toda comprensión es el fruto de la salvación de la eternidad, pero en su forma cotidiana la paz puede ser también raíz de la liberación.

William Law
Citado por Aldous Huxley – La Filosofía Perenne

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